Artículo publicado por EL CONFIDENCIAL e 9 de marzo del 2020
Hablar bien sobre 'Casas vacías' (Sexto Piso), la primera
novela de la mexicana Brenda Navarro, tiene su peligro; en concreto, el de ser
confundido con todos esos que a su vez pueden hablar bien sobre 'Casas vacías'.
Es fácil hablar bien de este libro, mayormente por los motivos equivocados.
Aquí el elogio carece de riesgo, la apuesta, de criterio, el encomio, en fin,
de argumento. Si uno no sabe leer, digo. Partimos de expectativas de lectura
sumamente vitaminadas, pues la autora (mujer) escribe sobre maternidad (en
principio, de forma crítica con el capitalismo y el patriarcado) y además se
declara feminista en su biografía, donde consta también la creación de una
editorial (#Enjambreliterario) que publica exclusivamente a mujeres. ¿Qué tiene
esto que ver con la calidad de un libro? Todo y nada.
La obviedad de que pueden escribirse novelas malísimas con
intenciones moralmente impecables no habría ni que explicitarla si aún regara
nuestro tiempo el más elemental sentido común. Sin embargo, acabo de explicitar
esa obviedad. Casas vacías sólo puede no gustarte si eres mala persona, parece
ser el marco de recepción creado en torno a la obra, pues la intención de una
novela es hoy indistinguible de su calidad. Si tu novela trata sobre
desahucios, es buena, del mismo modo que si trata acerca de niños violados o
inmigrantes ilegales, toda vez que adoptes una postura moralizante. Los
críticos se lo pensarán dos veces antes de afirmar que esa obra de denuncia es
un disparate o un bodrio o un artefacto fallido, como puede serlo perfectamente
pues, como sabemos desde Gide, las buenas intenciones no es raro que se plasmen
en libros defectuosos. Escribir para caer bien suele lograr que caigas bien, pero
no que escribas bien. También sucede que cuando un autor no tiene nada que
decir se pone a decir lo que sea que esté de moda, y novela un conflicto que
sale mucho en los periódicos. Yo sólo creo en las novelas cuyo asunto le quema
a su autor, independientemente de que la sociedad esté justo esos días hablando
sobre ello. Abrir una conversación, he ahí una meta literaria.
Maternidad
Así las cosas, una novela más, un libro más, sobre el
conflicto de la maternidad no es precisamente lo que me hubiera puesto yo a
leer de buena gana. Van ya como cuatrocientos libros malísimos sobre ser madre.
Si encima el libro viene jaleado por el habitual coro de amigos escritores que
aún cree que elogiarse entre ellos surte algún efecto, ni les cuento. Pero pasa
que 'Casas vacías' no es un libro más. Un libro realmente bueno, como 'La
uruguaya', de Pedro Mairal, o 'Tierra de mujeres', de María Sánchez, lo detecta
aquel que escribe porque, antes de acabarlo, le invaden unas ganas muy felices
de ponerse a escribir. Esto se debe a que lo que está bien hecho parece fácil.
Así, 'Casas vacías' fluye como una obra evidente, accesible, que sale del árbol
mismo de lo real, y que sólo necesitó que alguien lo arrancara amorosamente de
su rama; en este caso, Brenda Navarro.
La novela arranca con un conflicto ciertamente peliculero:
una madre mira su móvil en un parque y cuando levanta la vista su hijo de tres
años ha desaparecido. La madre se interroga sobre el paradero de su hijo,
vislumbra horribles posibilidades, hace las gestiones obligadas para que la
policía asuma el caso y nos cuenta su vida marital y familiar, marcada por
hijos que una no quería o que incluso no eran suyos. Este primer monólogo con
que se arma la novela despide un tono similar al que solemos encontrar en la
obra de Pizarnik, Jelinek o Duras; esto es, una pasión intelectualizada. Lo
acertado de la elección, amén de la prosa fantástica que supura, es cómo esta
forma de pensarse madre y mujer nos indica también un estatus social elevado.
El habla popular mexicano en todo su esplendor, deliciosa todavía para los que
(¡todavía!) nos fijamos en la plasticidad de un idioma Porque el segundo
monólogo que, entreverado con el primero, conforma 'Casas vacías', presenta un
registro completamente diferente. Es el habla popular mexicano, la variante
dialectal en todo su esplendor, deliciosa todavía para los que (¡todavía!) nos
fijamos en la plasticidad de un idioma, pero que sirve además para señalar sin
caer en caricaturas la baja condición social de la mujer que nos interpela.
“Por un lado te dicen que le eches ganas, que mejores la raza, que no te quedes
pobre, pero si le buscas, te dicen arribista, pinche arribista que te
avergüenzas de los tuyos, pero si te quedas en donde dicen que es tu lugar,
pues entonces que luego luego se te nota lo india, lo quesadillera, lo
verdulera, lo totonaca.” Realmente no sabría decirles cuál de los dos monólogos
me parece más encantador y memorable, más literatura.
Malas madres
Así, yendo de una mujer a otra, de una madre culta que vive
el suplicio de la mala madre (lógicamente perder a tu hijo en un parque es
medalla de oro de mala madre) a una mujer humilde que trata de restañar el
trauma de no haber podido ser madre, recorremos la paleta entero de lo que, en
otra autora, habrían sido topicazos consecutivos acerca del machismo. Hay un
asesino de mujeres (la hija mayor de la perdedora de niños es hija de su
cuñada, víctima mortal de su esposo), un maltratador que además es impotente
(el marido de la mujer humilde), un pánfilo (el marido de la mujer educada) y
alguna caída puntual en la inverosimilitud dialógica más doctrinal: “¿Allí
también os matan?”, pregunta la suegra española. Lo curioso, gracioso,
desesperante de esta uniformidad crítica con los hombres es que yo no la he
notado por el texto en sí, es decir, porque éste fuera sesgado; sino por el
acento que pone la presentación de la autora en su activismo feminista. Así, lo
que perjudica al libro es que pueda leerse como la exudación panfletaria de un
posicionamiento político, lo que llevaría a un anti-feminista torpón a
criticarlo por exactamente los mismos motivos endebles que llevan a las
feministas a criticar una película donde todas las mujeres se comportan
malvadamente. Del mismo modo que una película donde todas las mujeres son
malvadas no está diciendo que todas las mujeres sean malvadas, 'Casas vacías'
no dice que todos los hombres sean maltratadores aunque no se vea otra cosa en
el libro que hombres maltratadores. La gente, amigos, sólo trata de contar bien
una historia. Y Casas vacías cuenta su historia de forma excelente, y en unas
muy agradecibles -por limitadas- 160 páginas. Es un libro con el que incluso
pueden ustedes por fin aprender a leer.
https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2020-03-09/brenda-navarro-casas-vacias-maternidad_2483544/